Como siempre, ella ocupó el asiento del pasillo de la tercera fila, y al verle, se levantó con una sonrisa para cederle el que quedaba libre. También aquello se había convertido en una deliciosa costumbre.
Esa noche hacía excesivo calor, y se había recogido el pelo en un moño que, tras la jornada de trabajo, había dejado escapar varios rizos rebeldes. Sin pretenderlo, estaba aún más hermosa. Olía a café, dulce y cansancio, pero sus ojos seguían desprendiendo sueños. "¡cómo deseaba estar en ellos!".
Bajaron en la misma parada y se dieron las buenas noches con timidez. Se quedó hasta verla desaparecer y sólo entonces, cogió el búho de vuelta a su casa, justo en la otra punta de Madrid, con el único pensamiento de que pronto llegara la noche siguiente.