—¡Por todos los Dioses! ¿De dónde quieres que los saque? —El general, enfurecido, observaba desde la torre más alta, que lo que venían a decirle era verdad. Tenía que tomar una decisión o acabarían por entrar en la fortaleza —Maldita la hora en que nos refugiamos aquí. —Echando una ojeada a su alrededor gritó a pleno pulmón— ¡Que todo hombre, sea de la edad que sea y ocupe el oficio que ocupe tome un arma y se ponga en manos de los capitanes de mi Guardia!
—¿Qué crees? —añadió desolado—. No puedo daros más, hay que esperar a que vengan los refuerzos sea como sea.
—Creo, Señor, que para hacer de muro y dar golpes al que entre vale cualquiera. —Ambos sonrieron— ¡Conmigo! ¡Rápido! Se os procurarán armas cuando lleguéis a vuestro destino, ahora formáis parte de la Guardia del Rey y mientras siga con vida estaréis bajo mis órdenes ¡en marcha! —Sin más, un guerrero curtido y una buena tanda de imbéciles salió en dirección a la puerta norte.
—¿Qué haces ahí sentado? —La voz del general sonó chillona para lo que Obdulio estaba acostumbrado.
—Señor... —titubeó mientras se levantaba del suelo y su rechoncho cuerpo hacía bailar sus lorzas— soy el cocinero, señor.
—De eso estoy más que seguro, pero dije que todo hombre ocupe el oficio que ocupe tomara un arma —el general hablaba entre dientes inclinándose hacia la bola grasienta que le parecía aquel desdichado—. Baja a la armería y ve a la puerta norte. ¡Has entendido!
—¡Sí señor!
—¡Maldita sea Ómnibus! ¡Has entendido!
—¡Sí señor! ¡Obdulio!, si se me permite. —La mirada del general fue suficiente como para hacerle entender que le daba igual como se llamase. Sin poder creérselo, recogió sus pocas pertenencias y se dirigió a la armería pensando qué tipo de arma debería llevar alguien como él.
Lo que nadie podía imaginar es que dentro de la armería se libraba otra lucha, diferente tal vez pero lucha al fin y al cabo.
—No, vanidoso y tosco amigo. Tú a mi lado no tienes nada que hacer, mira mi acero, mi empuñadura. Sería capaz de atravesar a varios enemigos dominada por las manos de un curtido guerrero.
—Déjate de tonterías finura. Estoy hecho de un solo bloque, cualquiera podría apreciar mi manufactura, mi fortaleza, ¿dices que atravesarías a varios enemigos? Con un fuerte brazo yo podría lanzar al doble unos cuantos metros y dejarles en tal estado que no volverían a levantarse, mujer.
—¿Un simple martillo como tu?
—¡Soy un mazo de acero, tísica!, deberían afilarte un poco, porque tú más que atravesar ¡Empujas al enemigo con tu punta!, y con esas muescas… ¡No tienes nada que hacer contra otra como tú en buen estado!
—Calla lengua viperina, creo que viene alguien.
Ambos cogieron aire y pusieron su mejor pose. Obdulio entró tímidamente en la estancia y se quedó obnubilado al ver tantas armas colocadas cada una en su sitio, la espada y el mazo expulsaron el aire de golpe mientras el hombre que menos imaginaban se dirigía a los arcos.
—No… yo no sé tirar con arco, ojalá me hubieran enseñado. Tendré que ir a lo más normal, cogeré una espada.
La espada retrocedió cuando su mano se extendió hacia ella.
—O un mazo —pensaba en voz alta—. El mazo hizo lo mismo al ver que podía ser el elegido por semejante hombre. Sin embargo, Obdulio, no se percató de su reticencia y cogió con una mano la espada y con otra el mazo que parecía tirar contra el suelo.
—¡Cielos! —dijo sopesando el mazo—. Jamás pensé que pesaran tanto, creo que cogeré la espada mejor.
—Sin duda es la peor elección que puedes hacer. —la voz dulce del arma hizo que Obdulio cayera al suelo soltándolas.
—¡Quien habla! —Con los ojos abiertos de par en par el cocinero gateaba por la armería, su papada le acompañaba con un vaivén lamentable— ¡Quien habla!
—Yo mi amo y señor, tu espada, el arma que debía advertirte del error que ibas a cometer. Mírame— Obdulio la miraba sin moverse y con la boca abierta—. No valgo nada para enzarzarme en una pelea, aquí tienen a las peores de las mías, ni siquiera nos afilan, ¿cómo pelearías con una espada llena de muescas?
—Eres lo peor que he conocido...
—¡Ah! —Se sentó de culo con la boca abierta.
—No se asuste, pero mire, hasta hace un momento hacía gala de sus posibilidades contra el enemigo y de su acero… ¿Quiere la verdad?, yo peso bastante, sería incómodo para usted levantarme constantemente para atizar como mandan los Dioses. Llévesela, en serio, yo descansaría un rato, la espada es un arma segura con la que se asegura la muerte…
—¡Basta martillo del tres al cuarto! Yo no estoy hecha para ir con él. Necesito una mano más fuerte para cumplir mi misión.
—Pues yo no te digo nada.
—¡Silencio por favor!, acepto que me manden a luchar, acepto incluso que sea testigo de una pelea entre una espada y un martillo.
—¡Mazo!
—Perdón, mazo
—Sí. Hecho de un solo bloque, ¿qué le parece?
—Admirable la verdad, pero quería terminar diciendo que acepto todo esto por extraño que parezca. Lo que no voy a admitir, es que se me trate como a un pelele ¡Soy cocinero! ¡Por lo tanto tengo fuerza en las manos y en los brazos! —gritó cogiendo la espada y el mazo— ¡Amaso! —Y lanzó un golpe con la espada— ¡Cargo con ollas llenas de comida para un regimiento! —Y dio un golpe con el mazo— ¡Basta de decir que no tengo fuerza!
Ambas armas se quedaron sin palabras, habían menospreciado al seboso cocinero. Quizá si tuvieran la ocasión de demostrar su valía.
—Disculpe señor, puede que ahora, tras la demostración, rueden cabezas si me empuña…
—Calla lengua de serpiente. Usted y yo abriríamos una grieta en la tierra si quisiéramos…
Obdulio miró de nuevo a su alrededor y sonrió cuando vio algo que reconoció y que manejaba a diario. Cogió un hacha, cierto que el mango era más largo de lo normal, pero no sería un impedimento para él manejarla a su antojo. Había cortado de todo con objetos así y se sentía más “en su salsa” con ella.
Se agachó y colocó el mazo y la espada en su sitio, se colocó el hacha en la espalda y salió por la puerta. Antes de cerrarla se escuchó el sonido de una pedorreta, Obdulio frenó unos segundos, no quiso saber nada, pero era su propia arma haciendo burla a las otras dos, cuyos sentimientos de asombro todavía no se habían desvanecido.