Así es mi vida. Una desesperación constante que dependiendo del momento puedo controlar. Pero a veces, simplemente, me es imposible. Y si entras en la espiral y piensas en la mierda que te ha tocado vivir, la bola se puede hacer inmensa.
Quizá la crisis dure solo unas horas, o un día si tienes suerte, pero puede que haya ganado esa batalla. Entonces sí que estás jodido. Y los pensamientos se apropian de ti, de tu cuerpo, que ya ha superado el umbral que puede resistir, y esos pensamientos no son nunca, nunca, buenos.
Te hunden, te desarman. Después de eso. De caer en el pozo, es difícil volver a salir, y cuanto más caes, más te cuesta escalarlo. Por eso no me permito. Temo. Llegar a ese punto. Lo he conocido. Y no quiero volver.
Quizá la crisis dure solo unas horas, o un día si tienes suerte, pero puede que haya ganado esa batalla. Entonces sí que estás jodido. Y los pensamientos se apropian de ti, de tu cuerpo, que ya ha superado el umbral que puede resistir, y esos pensamientos no son nunca, nunca, buenos.
Te hunden, te desarman. Después de eso. De caer en el pozo, es difícil volver a salir, y cuanto más caes, más te cuesta escalarlo. Por eso no me permito. Temo. Llegar a ese punto. Lo he conocido. Y no quiero volver.
El cielo y el infierno se encuentran en uno mismo.
A veces tengo la impresión de poder mirar mi propia vida, todo lo que sucede a mi alrededor, y tanto si estoy como si no, no cambia nada. No soy un valor importante en ella.
Pienso en para qué necesito ser importante para alguien, y la verdad es que no lo sé, ni siquiera sé si es una necesidad. Pero es triste verse como un fantasma. Verse solo. Y es más triste descubrir que el mundo está lleno de ellos.
Hay mucha gente que no aparenta arrastrar ese miedo, que cada vez entiendes menos. Porque a medida pasa el tiempo, más cuenta te das de que va teniendo menos remedio.
Esto no quiere decir que no crea en el amor. Que no crea en que hay almas que puede que estén destinadas a encontrarse. Solo pienso que ya no es época, ya todo el mundo está muy cansado para derribar muros.
Todo está demasiado establecido. La sociedad marca unos cánones que se supone que son los correctos. La edad de casarte, el número de hijos, la hipoteca, el trabajo, el día de los abuelos, el de la compra, el de la plancha, el de la cena de empresa, el de “llego tarde porque había…”
Cuando la verdad, ya no es esa.
El de ya no importa si no te digo que te quiero, si no te miro, ni te toco.
Ya no importa si sabemos que todo ha muerto, aunque en silencio grite lo infeliz que soy y me dé cuenta de que ya es tarde para rectificar. Tengo todo lo que la sociedad me dice que tengo que tener.
Y está bien.
Tras mi muro hay pocas cosas. Pero nadie va a perder el tiempo en derribarlo, y yo no quiero enredarme en la red de vidas idénticas sin luz.
No quiero mirar a quien esté a mi lado, y no poder salir corriendo de la mano para hacer el amor simplemente porque sí.
Por eso, no quiero sentir.
A estas pobres personas de “corazón sensible” las deberían reunir a todas juntas en una isla, apartarlas de los demás. Todos nos aprovechamos de todos y nos exprimimos hasta dejarnos secos.
Así es como somos.
Sentir es un juego para la mayoría. Así que así es mi vida. Una desesperación constante que dependiendo del momento puedo controlar. Pero a veces, simplemente, me es imposible. Y si entras en la espiral y piensas en la mierda que te ha tocado vivir, la bola se puede hacer inmensa.
A veces tengo la impresión de poder mirar mi propia vida, todo lo que sucede a mi alrededor, y tanto si estoy como si no, no cambia nada. No soy un valor importante en ella.
Pienso en para qué necesito ser importante para alguien, y la verdad es que no lo sé, ni siquiera sé si es una necesidad. Pero es triste verse como un fantasma. Verse solo. Y es más triste descubrir que el mundo está lleno de ellos.
Hay mucha gente que no aparenta arrastrar ese miedo, que cada vez entiendes menos. Porque a medida pasa el tiempo, más cuenta te das de que va teniendo menos remedio.
Esto no quiere decir que no crea en el amor. Que no crea en que hay almas que puede que estén destinadas a encontrarse. Solo pienso que ya no es época, ya todo el mundo está muy cansado para derribar muros.
Todo está demasiado establecido. La sociedad marca unos cánones que se supone que son los correctos. La edad de casarte, el número de hijos, la hipoteca, el trabajo, el día de los abuelos, el de la compra, el de la plancha, el de la cena de empresa, el de “llego tarde porque había…”
Cuando la verdad, ya no es esa.
El de ya no importa si no te digo que te quiero, si no te miro, ni te toco.
Ya no importa si sabemos que todo ha muerto, aunque en silencio grite lo infeliz que soy y me dé cuenta de que ya es tarde para rectificar. Tengo todo lo que la sociedad me dice que tengo que tener.
Y está bien.
Tras mi muro hay pocas cosas. Pero nadie va a perder el tiempo en derribarlo, y yo no quiero enredarme en la red de vidas idénticas sin luz.
No quiero mirar a quien esté a mi lado, y no poder salir corriendo de la mano para hacer el amor simplemente porque sí.
Por eso, no quiero sentir.
A estas pobres personas de “corazón sensible” las deberían reunir a todas juntas en una isla, apartarlas de los demás. Todos nos aprovechamos de todos y nos exprimimos hasta dejarnos secos.
Así es como somos.
Sentir es un juego para la mayoría. Así que así es mi vida. Una desesperación constante que dependiendo del momento puedo controlar. Pero a veces, simplemente, me es imposible. Y si entras en la espiral y piensas en la mierda que te ha tocado vivir, la bola se puede hacer inmensa.