Hace un par de años escribí un relato corto llamado sobrevivir.
Este año, participé en un concurso literario y decidí usarlo pero modificando varias cosas para tenerlo más completo. Todos sabemos que con los años, la forma de escribir cambia, incluso lo que te parecía más o menos bueno ayer, hoy puede llegar a parecerte terrible.
Usando éste como base, salió un relato mucho mas completo, contra el bullying, en el que quedé finalista.
Os lo dejo justo debajo, pinchando en leer más os saldrá el resultado. Muchas gracias, y se agradecen nuevas opiniones.
Este año, participé en un concurso literario y decidí usarlo pero modificando varias cosas para tenerlo más completo. Todos sabemos que con los años, la forma de escribir cambia, incluso lo que te parecía más o menos bueno ayer, hoy puede llegar a parecerte terrible.
Usando éste como base, salió un relato mucho mas completo, contra el bullying, en el que quedé finalista.
Os lo dejo justo debajo, pinchando en leer más os saldrá el resultado. Muchas gracias, y se agradecen nuevas opiniones.
─Estaba en los túneles.
─¿Cómo ha podido ocurrir? ─Pasé de los brazos del primer al segundo hombre, cuyo aliento a tabaco me abofeteó la cara─ ¡cómo!
Apenas podía moverme por el dolor. Excepto sus voces, todo lo demás eran ruidos que no podía distinguir.
Tenía sabor metálico en la boca, sangre, mezclada con arena. Casi no podía respirar, “¿era de noche?”, ─pensé─. Todo estaba oscuro.
─La ambulancia está aquí director. ─Alguien había llegado corriendo.
─¡Por Dios! ¡Menos mal!
Estábamos caminando. Me llevaban en vilo y nadie me dice nada. Ya casi no escuchaba las voces, solo los latidos de mi corazón. “¿dónde estoy?, ¿qué pasa?”
─Es ella. Está inconsciente. ─Quería moverme. Gritar “¡no!”, Pero mi cuerpo no me correspondía.
De repente me acuerdo de todo, pero el sonido de las sirenas lo empañaba de nuevo. Venían imágenes a mi cabeza, como en una película de terror, pero solamente me responde el corazón que parece que me va a abrir en canal para gritarles con furia.
Con toda mi fuerza cogí aire, aunque éste me arañara los pulmones lo solté y de mí salió un sonido gutural parecido a un animal moribundo.
─Dios mío…
Unos pitidos acompasados me despertaron, estaba mareada, tenía sed, tosí y todo en mí vibró de dolor.
─¡Laura! ─De nuevo el gemido aquel─ ¡No intentes hablar cariño! ¡No!, tienes los ojos vendados mi vida. ─Escuché a mi madre llorar, estaba cerca, sollozaba algo que no podía entender─. Tranquila cielo, tranquila. Voy a llamar al médico.
Notaba como volvían las taquicardias y el sabor a sangre. Aunque mis padres estaban allí, no podía controlarme, no me aclaraban nada, mi cerebro empezaba a enrolarse en una espiral que me llevaba hacia ella, justo hacia el fondo.
─Despacio, échalo hacia un lado. Así muy bien. Sé que te duele, pero vomita con calma, intenta respirar.
Aunque lo intentaba, me seguía siendo muy difícil y la cosa iba empeorando porque el dolor del cuerpo y los nervios que hacía rato había dejado de controlar, no lo ponían fácil.
─Le pondré el tranquilizante más rápido pero no podemos dejar que se duerma, en estos casos es mejor que sepamos algo lo antes posible.
─¿No ve como esta?
Reconocí de nuevo la voz de mi madre. Estaba suplicando. Sentí el tacto de su mano sobre la mía.
─Señora, créame, cuando un niño llega en estas condiciones tenemos los brazos atados. Es el protocolo. Ya han hablado con la policía, tienen que entrar ¿Laura me oyes? ¿Estás más tranquila?
No estaba más tranquila, pero sí sentía un ligero mareo, que sabía, era inducido por algún motivo. Levanté una mano que enseguida me volvieron a bajar.
─Laura, soy el Dr. Martinez, estás en el hospital.
Intentaba moverme, necesitaba más explicaciones. Sin embargo el médico me cogió los brazos y suavemente volvió a preguntarme.
─Laura ─repetía mi nombre haciendo que regresara al presente. Lo que fuera que me estuvieran dando empezaba a dormirme─ ¿recuerdas algo de lo que te ha ocurrido?
“¿ocurrido?” ─pensé─. No sabía a qué se refería...
Poco a poco, un montón de imágenes vinieron a mi mente. Como centellas se estampaban en mi cerebro. Sentí el miedo, la rabia… sentí como creí que moriría. Asentí intentando soltarme.
─Espera. ─Mi respiración se convirtió en jadeo─ tranquila por favor, sé que te está resultando difícil pero tienes que concentrarte y escucharme con atención.
Intenté hacer lo que me pedían.
─Laura, voy a ser totalmente sincero para que empecemos a confiar el uno en otro y para que tu recuperación sea más rápida ¿ok? A cambio necesito que tú hagas un último esfuerzo. Estoy con la policía, quiere hacerte unas cuantas preguntas que debes contestar lo mejor que puedas ¿vale? Si te cansas, podemos parar unos minutos. Yo voy a estar aquí a tu lado en todo momento. Aprieta mi mano si deseas cualquier cosa.
─¿Preparados? ¡Ya!
Salí corriendo y me metí en los túneles, así llamábamos al laberinto de hormigón por el que mi colegio era conocido. Un bloque circular con tres entradas y una sola salida, réplica exacta de un túnel de la “segunda guerra mundial” que unos estudiantes universitarios, antiguos alumnos, donaron para aumentar el prestigio de la escuela.
Para la mayoría era una maravilla, para mí, un monstruo. Hacía años que en el último curso, la prueba final de gimnasia consistía en “sobrevivir”, así lo llamaban.
Durante todo el año, dedicábamos unos cuantos minutos al final de las clases, nos preparábamos para ver quién sería el alumno que conseguiría salir de allí lo más rápido posible, y festejarlo por todo lo alto el último día de curso.
Yo lo odiaba.
Escuché el pitido de salida y entré torpe, como siempre. No destacaba precisamente por ser buena en las actividades físicas. De golpe, se hizo la oscuridad.
Pegada contra la pared, me planchaba la ropa y arrastraba los pies para no tropezar, como siempre hacía. No escuchaba nada, solo mi respiración, y aunque sabía de sobra que ahí dentro no se veía casi nada, tenía los ojos totalmente abiertos.
Distinguí con las manos el primer pasillo. Lo salvé con un paso lateral más largo hasta que volvió la pared. Me temblaba todo el cuerpo, algo que tampoco me pillaba desprevenida. Lo único que quería era no hacer demasiado el ridículo.
No ser la última. No ser el centro de atención y de las mofas de los demás.
Igual de patosa llegué al segundo recoveco, ahí debía torcer, me lo sabía de memoria. Así que cogí aire y seguí pero enseguida me quedé paralizada al escuchar pasos demasiado cerca.
─Donde estas gilipollas… ─era Cristina “¿Cómo había entrado? ¿Nadie la había visto?”, me quedé lo más quieta posible, con los ojos muy abiertos intentando no hacer ruido.
─¿Eres tonta?, sal.
─¡Está aquí! ─una de sus amigas ya había tropezado conmigo─ ¡La muy imbécil ni se ha movido! ¡En la segunda entrada!
No sabía qué estaba pasando pero todo mi cuerpo se tensó aún más. Sabía que tenía que salir de allí, que nada bueno podía traer que esas chicas estuvieran ahí dentro esperándome.
Siempre se tienen “enemigos” en clase. Siempre hay personas que intentan hacerte la vida imposible, y desde luego, muchas veces lo conseguían.
No sé, si serían conscientes o no de los problemas que me habían acarreado ese curso. Miedo, angustia, incluso faltas en clase, solamente por no tener que encontrármelas de frente.
No encontraba era el motivo para que me odiaran tanto, para que me insultaran cada vez que me veían, yo nunca les había hecho nada. Y sin embargo, parecían tenerme un asco tremendo, como de toda la vida.
Me dio por pensar qué sería lo que haría que se portaran así conmigo “¿Mi ropa? ¿Mi cuerpo? ¿Mi forma de ser?” pero no llegaba a conclusión alguna porque jamás pude averiguar qué les pasaba. Llegué a creer que era simplemente por ser yo, porque causaba rechazo, porque no estaba a la altura.
Los demás eran conscientes del problema, pero lejos de ayudarme se reían cuando la tomaban conmigo. Quizá porque no eran ellos el objetivo. Quizá por evitarse problemas… no lo sé. Todas las noches antes de acostarme pensaba en ello y nunca llegaba a otra conclusión que no fuera esa: yo causaba rechazo, era asquerosa.
─¡No! ¡Déjame! ─grité.
Me tenía agarrada del pelo, sentí tanto miedo que hasta pensé que quizá fuera mejor hacer todo lo que ellas quisieran. Lo que fuera.
─¡No chilles!
Lo primero que recibí fue una patada en la boca. No lo esperaba, así que me mordí la lengua y mi cabeza golpeó contra la piedra.
─¡Joder que leche!, ¿dónde le has dado?
─¡Qué más da! ¡Qué la jodan! ¡Empollona de mierda!
Llegaron muchas más patadas e insultos. Pero por algún motivo ya no sentía dolor. Me había hecho un ovillo y simplemente esperaba quieta a que todo terminara, incluso me daba igual de qué forma, pero que terminara.
Cuando me aplastaban la cara contra la tierra y dejaba de respirar, rezaba por desmayarme y así no enterarme de nada. Pero no pasó.
El pánico del principio se convirtió en espera. Solo podía pensar en que terminara pronto, no quería ni saber qué sería lo siguiente. No las veía, pero sí escuchaba sus risas, y ante mí se dibujaban sus caras deformadas con muecas burlonas.
Mientras todo sucedía mi mente se fue de aquel lugar unos instantes, pensaba si es que nadie se daba cuenta de que algo raro debía pasar. Si es que mi presencia era tan transparente, que nadie me había visto entrar y ni siquiera me esperaban.
─Tenemos sus nombres, los ha escrito en este papel, buen trabajo doctor.
“Dónde estás gilipollas…” ─resonaba en mi mente.
Sus rostros. Sus risas. Sus golpes. El silencio de después. La sangre. El dolor. Recuerdo que me abracé porque me sentía sola, notaba calor entre las piernas, también me había hecho pis. No podía moverme, no podía llorar…
─¡Laura! ¡Quieta por favor, soy papa! ¡Para! ¡Doctor!
Todo volvió a ponerse oscuro. Agradecí esa quietud, pedí quedarme así para siempre. Pero seguía notando la mano de mi madre agarrándome fuerte, manteniéndome en el mundo presente. No me soltaría. No estaba sola. Ahora ya sabían por todo por lo que había estado pasando y me lamenté por no haber confiado en ellos antes, por creer que estaba sola con todo aquello. Sentía vergüenza, pero también sentía que a partir de ese momento nunca volvería a pasarme algo así.
Di las gracias por sentirme arropada, y me prometí a mí misma no volverles a mentir jamás. Mi cuerpo se convulsionaba porque por fin podía liberarme llorando con total necesidad, a través de las lágrimas y a pesar del dolor, soltaba todo el lastre que había ido acumulando. Mis padres lloraban conmigo, pero era otro tipo de llanto: impotente, incrédulo por no entender por qué no había recurrido a ellos.
Entonces lo entendí. Ninguno nos merecíamos aquello. A partir de ese día, no volvería a culparme por algo que jamás se podía justificar.
NO AL BULLYING EN LOS COLEGIOS.