—Estaba en los túneles.
—¿Cómo ha podido ocurrir? —Pasé de los brazos del primer al segundo hombre, cuyo aliento a tabaco me abofeteó la cara— ¡Cómo!
Apenas podía moverme por el dolor. Excepto sus voces, todo lo demás eran ruidos que no podía distinguir, tenía sabor metálico en la boca, sangre, mezclada con arena. Casi no podía respirar, “¿Era de noche?”, todo estaba oscuro.
—¿Cómo ha podido ocurrir? —Pasé de los brazos del primer al segundo hombre, cuyo aliento a tabaco me abofeteó la cara— ¡Cómo!
Apenas podía moverme por el dolor. Excepto sus voces, todo lo demás eran ruidos que no podía distinguir, tenía sabor metálico en la boca, sangre, mezclada con arena. Casi no podía respirar, “¿Era de noche?”, todo estaba oscuro.
—La ambulancia está aquí director. —Alguien había llegado corriendo.
—Joder. —Pasos… caminamos.
Cada vez respiro peor, pero es porque nadie me dice nada. Ya casi no escucho las voces, solo los latidos de mi corazón. “¿Dónde estoy? ¿Qué pasa?”
—Es ella. Está inconsciente.
De repente me acuerdo de todo, pero no puedo hablar. Me acuerdo de lo que ha pasado en la prueba pero no puedo contarlo, solamente me responde el corazón que parece que me va a abrir en canal para gritarles a todos. Con toda mi fuerza cojo aire aunque me arañe los pulmones, de mí sale un sonido gutural parecido a un animal moribundo.
—Dios mío…
Unos pitidos acompasados me despertaron, estaba mareada, tenía sed, tosí y todo en mí vibró de dolor.
—¡Laura! —De nuevo el gemido aquel— ¡No intentes hablar cariño! ¡No! Tienes los ojos vendados mi vida. —Escuché a mi madre llorar algo más lejos—. Tranquila cielo, tranquila. Voy a llamar al médico.
Notaba como volvían las taquicardias y el sabor a sangre. Aunque mis padres estaban allí, no me aclaraban nada.
—Despacio, échalo hacia un lado. Así muy bien, sé que te duele, pero vomita con calma, intenta respirar. —No podía respirar—. Le pondré el tranquilizante más rápido pero no podemos dejar que se duerma, en estos casos es mejor que sepamos algo lo antes posible.
—¿No ve como esta?
—Señora, créame, cuando un niño llega en estas condiciones tenemos los brazos atados. Ya han hablado con la policía, tienen que entrar ¿Laura me oyes? ¿Estás más tranquila? —No estaba más tranquila pero sí más mareada. Levanté una mano— Laura, soy el Dr Martinez, estás en el hospital. —Llevé la mano más arriba pero éste me la cogió— ¿Recuerdas algo de lo que te ha ocurrido?
Mil imágenes vinieron a mi mente, sentí el miedo, la rabia, sentí como creí que moriría… Asentí intentando soltarme.
—Espera. —Mi respiración se convirtió en jadeo— bueno, tranquila Laura, voy a ser totalmente sincero para que empecemos a confiar el uno en otro y para que tu recuperación sea más rápida ¿Ok? A cambio necesito que tú hagas un último esfuerzo. —Pasaba de contestar, solo quería que hablara.
—¿Preparados? ¡Ya!
Salí corriendo y me metí en los túneles, así llamábamos al laberinto de hormigón por el que mi colegio era conocido. Un bloque circular con tres entradas y una sola salida, réplica exacta de un túnel de la segunda guerra mundial que unos estudiantes universitarios, antiguos alumnos, donaron para aumentar el prestigio de la escuela. Para la mayoría era una maravilla, para mí, un monstruo. Hacía años que en el último curso, la prueba final de gimnasia consistía en “sobrevivir”. Durante todo el año, preparábamos ese día para ver quién era el alumno que conseguía salir de allí lo más rápido posible.
Entré torpe, como siempre, y llegó la oscuridad. Pegada contra la pared, me planchaba la ropa y arrastraba los pies para no tropezar. No escuchaba nada, solo mi respiración y aunque sabía de sobra que ahí dentro no se veía, tenía los ojos totalmente abiertos. Llegó el primer pasillo. Lo salvé hasta que volvió la pared, me temblaba todo el cuerpo, solo pedía no hacer demasiado el ridículo. No ser la última.
Igual de patética llegué al segundo recoveco, ahí debía torcer. Cogí aire y seguí pero me quedé paralizada al escuchar pasos demasiado cerca.
—Donde estas gilipollas… —era Cristina “¿Cómo había entrado? ¿Nadie la había visto?” Me quedé lo más quieta posible, con los ojos muy abiertos intentando no hacer ruido— ¿Eres tonta? Sal.
—¡Está aquí! —Una de sus amigas ya había tropezado conmigo— ¡La muy imbécil ni se ha movido! ¡En la segunda entrada!
—¡No! ¡Déjame! —Me tenía agarrada del pelo, sentí tanto miedo que hasta pensé que quizá fuera mejor hacer lo que ellas quisieran.
—¡No grites!
Lo primero que recibí fue una patada en la boca. No lo esperaba así que me mordí la lengua y mi cabeza golpeó contra la piedra.
—¡Joder no se la oye! ¿Dónde le has dado?
—¡Qué más da! ¡Qué la jodan! ¡Empollona de mierda!
Llegaron muchas patadas e insultos. Pero no sentía dolor. Me hice un ovillo y me quedé quieta. Cuando me aplastaban la cara contra la tierra y dejaba de respirar, incluso esperaba desmayarme. Pero no. El pánico del principio se convirtió en espera. A ver si paraban, a ver qué era lo siguiente. No las veía, pero sí escuchaba sus risas, y ante mí se dibujaban sus caras deformadas con muecas burlonas.
—Tenemos sus nombres, los ha escrito en este papel, buen trabajo Doctor.
“Dónde estás gilipollas…”
Sus rostros. Sus risas. Sus golpes. El silencio de después. La sangre. El dolor. Me abracé porque me sentía sola, notaba calor entre las piernas, también me había hecho pis. No podía moverme, no podía llorar…
—¡Laura! ¡Quieta por favor, soy papa! ¡Para! ¡Doctor!
—Joder. —Pasos… caminamos.
Cada vez respiro peor, pero es porque nadie me dice nada. Ya casi no escucho las voces, solo los latidos de mi corazón. “¿Dónde estoy? ¿Qué pasa?”
—Es ella. Está inconsciente.
De repente me acuerdo de todo, pero no puedo hablar. Me acuerdo de lo que ha pasado en la prueba pero no puedo contarlo, solamente me responde el corazón que parece que me va a abrir en canal para gritarles a todos. Con toda mi fuerza cojo aire aunque me arañe los pulmones, de mí sale un sonido gutural parecido a un animal moribundo.
—Dios mío…
Unos pitidos acompasados me despertaron, estaba mareada, tenía sed, tosí y todo en mí vibró de dolor.
—¡Laura! —De nuevo el gemido aquel— ¡No intentes hablar cariño! ¡No! Tienes los ojos vendados mi vida. —Escuché a mi madre llorar algo más lejos—. Tranquila cielo, tranquila. Voy a llamar al médico.
Notaba como volvían las taquicardias y el sabor a sangre. Aunque mis padres estaban allí, no me aclaraban nada.
—Despacio, échalo hacia un lado. Así muy bien, sé que te duele, pero vomita con calma, intenta respirar. —No podía respirar—. Le pondré el tranquilizante más rápido pero no podemos dejar que se duerma, en estos casos es mejor que sepamos algo lo antes posible.
—¿No ve como esta?
—Señora, créame, cuando un niño llega en estas condiciones tenemos los brazos atados. Ya han hablado con la policía, tienen que entrar ¿Laura me oyes? ¿Estás más tranquila? —No estaba más tranquila pero sí más mareada. Levanté una mano— Laura, soy el Dr Martinez, estás en el hospital. —Llevé la mano más arriba pero éste me la cogió— ¿Recuerdas algo de lo que te ha ocurrido?
Mil imágenes vinieron a mi mente, sentí el miedo, la rabia, sentí como creí que moriría… Asentí intentando soltarme.
—Espera. —Mi respiración se convirtió en jadeo— bueno, tranquila Laura, voy a ser totalmente sincero para que empecemos a confiar el uno en otro y para que tu recuperación sea más rápida ¿Ok? A cambio necesito que tú hagas un último esfuerzo. —Pasaba de contestar, solo quería que hablara.
—¿Preparados? ¡Ya!
Salí corriendo y me metí en los túneles, así llamábamos al laberinto de hormigón por el que mi colegio era conocido. Un bloque circular con tres entradas y una sola salida, réplica exacta de un túnel de la segunda guerra mundial que unos estudiantes universitarios, antiguos alumnos, donaron para aumentar el prestigio de la escuela. Para la mayoría era una maravilla, para mí, un monstruo. Hacía años que en el último curso, la prueba final de gimnasia consistía en “sobrevivir”. Durante todo el año, preparábamos ese día para ver quién era el alumno que conseguía salir de allí lo más rápido posible.
Entré torpe, como siempre, y llegó la oscuridad. Pegada contra la pared, me planchaba la ropa y arrastraba los pies para no tropezar. No escuchaba nada, solo mi respiración y aunque sabía de sobra que ahí dentro no se veía, tenía los ojos totalmente abiertos. Llegó el primer pasillo. Lo salvé hasta que volvió la pared, me temblaba todo el cuerpo, solo pedía no hacer demasiado el ridículo. No ser la última.
Igual de patética llegué al segundo recoveco, ahí debía torcer. Cogí aire y seguí pero me quedé paralizada al escuchar pasos demasiado cerca.
—Donde estas gilipollas… —era Cristina “¿Cómo había entrado? ¿Nadie la había visto?” Me quedé lo más quieta posible, con los ojos muy abiertos intentando no hacer ruido— ¿Eres tonta? Sal.
—¡Está aquí! —Una de sus amigas ya había tropezado conmigo— ¡La muy imbécil ni se ha movido! ¡En la segunda entrada!
—¡No! ¡Déjame! —Me tenía agarrada del pelo, sentí tanto miedo que hasta pensé que quizá fuera mejor hacer lo que ellas quisieran.
—¡No grites!
Lo primero que recibí fue una patada en la boca. No lo esperaba así que me mordí la lengua y mi cabeza golpeó contra la piedra.
—¡Joder no se la oye! ¿Dónde le has dado?
—¡Qué más da! ¡Qué la jodan! ¡Empollona de mierda!
Llegaron muchas patadas e insultos. Pero no sentía dolor. Me hice un ovillo y me quedé quieta. Cuando me aplastaban la cara contra la tierra y dejaba de respirar, incluso esperaba desmayarme. Pero no. El pánico del principio se convirtió en espera. A ver si paraban, a ver qué era lo siguiente. No las veía, pero sí escuchaba sus risas, y ante mí se dibujaban sus caras deformadas con muecas burlonas.
—Tenemos sus nombres, los ha escrito en este papel, buen trabajo Doctor.
“Dónde estás gilipollas…”
Sus rostros. Sus risas. Sus golpes. El silencio de después. La sangre. El dolor. Me abracé porque me sentía sola, notaba calor entre las piernas, también me había hecho pis. No podía moverme, no podía llorar…
—¡Laura! ¡Quieta por favor, soy papa! ¡Para! ¡Doctor!