—Es la hora. —Mi Maestro estaba conmigo, oculto en la oscuridad, en completo silencio. Yo asentí tras sus palabras y salí manteniéndome siempre detrás de él.
—¡Todos sabemos por qué estamos aquí esta noche! —Me erguí al escuchar la fuerza de aquella voz—. Nuestros Maestros de guerra han preparado a sus elegidos para aumentar el número de la Comunidad con los dos mejores. Debéis demostrar que sois merecedores de recibir un Nombre, de tener un sitio en nuestras familias, o entregad vuestra cabeza. Podéis partir.
Éramos cinco guerreros. Tres moriríamos seguro en pocas horas. Tras la orden, salimos corriendo de la mansión en direcciones diferentes con nuestros respectivos Maestros detrás. Ellos no nos ayudarían, si fallábamos, nos matarían sin dudar. Me alejé todo lo deprisa que pude en dirección al centro de Madrid. Allí encontraría mi primer objetivo. Sentía la mirada de mi Maestro clavada en mi nuca. Él sabía que podía hacerlo y yo deseaba demostrárselo. Apoyado contra una pared, el sonido de unos pasos y las risas de varias mujeres jóvenes, me indicaron que era el momento.
Ascendí con la espalda pegada al edificio, invisible. Pasarían debajo de mí sin percatarse. Eran tres. En mi cara se dibujó una media sonrisa cuando en menos de un segundo estaba tras ellas tan sigiloso como la sombra en la que me había convertido.
Mis espadas chocaron adrede, asustadas se dieron la vuelta y antes de que pudieran reaccionar, las jóvenes de las esquinas ya tenían desgarradas sus gargantas, dejé que mis armas continuaran su trayectoria para cortar de un firme tajo cruzado la cabeza de la joven del centro y siguiendo el movimiento, las coloqué en sus guardas. La cabeza rodó a mis pies, la cogí y descubrí el ansia que creí poder controlar con mayor templanza.
Noté arder la garganta como el mismo fuego, y gruñí secamente a la vez que metía la cabeza en una bolsa que mi Maestro sostenía. Una vez cerrada, me la colgó fuerte de la cinturilla del traje, así el olor estaría todo el rato conmigo. Apreté la mandíbula y salí corriendo, esta vez lleno de furia.
Necesitaba mi segundo objetivo, un hombre. Me dirigí surcando las calles hacia la Plaza de España, esperando encontrar allí un borracho que cerrara algún antro.
Salió de la puerta tambaleándose, era perfecto. Tras la esquina observaba sus torpes movimientos. Miré una de sus manos y me concentré, pasaría como una brisa por su lado.
Era una estela negra que no perdía su presa de vista, cuando llegué a su altura, doblé mi cuerpo hacia atrás y corté su dedo corazón, lo recogí en el aire y seguí hasta el siguiente callejón. Mi Maestro se puso delante de mí para contar los segundos. El hombre tardó más de cinco en darse cuenta de que le faltaba un dedo en la mano izquierda. Entonces asintió, y con toda la fuerza de voluntad que pude, metí el trofeo en la bolsa. Deseaba beber, y mi cuerpo estaba rígido por la contención. Escuchaba caer cada gota, el olor nublaba mi mente. Me obligué a mirar hacia otro lado con los ojos encendidos y la cara deformada por la tensión.
Comencé a subir con movimientos rígidos por otro edificio cercano. Con cada escalada rompía un poco los ladrillos, ya no contenía mi fuerza. Miré frenético por cada ventana, buscando mi tercer y último objetivo. Éste me llevó más tiempo. Concentrado al máximo vi una luz tenue a unos metros y respiré en su dirección. Saltando por los tejados me dirigí hacia ella como una bestia. Debía esperar, tenía que quedarse a solas para que pudiera actuar. Cuando el sonido de la puerta cerrándose llegó a mis oídos, hice un pequeño círculo en el cristal con la uña, recogí el pedazo y corrí la ventana. Ahí estaba el último reto, en su cuna, dormido.
Cogí al crío entre mis brazos, parecía tranquilo. Lo agarré rápidamente del cuello y de inmediato corté su cuerpo por la mitad temblando por el ansia. Tenía que guardar la parte superior en la bolsa, jamás había olido esa sangre. Metí corriendo aquel desecho de carne y salí rompiendo la ventana mientras mi cara se transformaba en la de un monstruo, y mis movimientos, en los de una bestia.
Las puertas se abrieron para recibirnos. Entramos y mi cuerpo hinchado, mis gruñidos apagados y mi mirada retadora, se escapaban al protocolo que había que mantener ante los Ancianos.
—Sois los primeros, Hades. —dijo el Mayor de mi Comunidad sin sorprenderse por mi estado— ¿Es uno más? —mi Maestro desató la bolsa y uno a uno lanzó los miembros que había conseguido. El Anciano bajó los escalones abriendo los brazos— ¿Tienes un Nombre?
—Caleb —dijo con orgullo.
Apenas podía contenerme pero me sentí eufórico al saber que lo había logrado. Por fin tenía un nombre que me diferenciaba. Era un guerrero de mi Comunidad, no volverían a tratarme como escoria.
—Es todo un honor. —Dije con voz irreconocible.
—¡Caleb! —gritó el Mayor a todos los presentes— ¡Ven hijo mío! —levanté la vista aún con la respiración agitada y fijé mis ojos en él, demasiados siglos había en aquella mirada— ¡He aquí Caleb! un nuevo hermano entre nosotros: ¡Caleb! ¡Caleb! ¡Caleb! —gritaron cientos de voces al unísono—. Ve, y obtén tu recompensa —dijo señalando unas puertas laterales.
Seguí la mirada del Anciano, sentía dolor en todo mi cuerpo, pero sin vacilar crucé la sala y entré en la habitación. Ahí estaban las dos, tapándose sus partes como si aquello fuera importante. Sonreí al ver que una de ellas estaba embarazada.
Elegí primero a la chica delgada, su mirada pedía piedad y aquello me fascinó. Cogí sus manos temblorosas y mordí succionando con fuerza las venas. Un leve quejido salió de su boca pero era el terror de la otra mujer lo que hacía que el éxtasis fuera aún mayor. Estaba agachada en un rincón, tiré de ella y de un solo movimiento estaba contra la pared. Ni siquiera podía moverse.
Me fijé en su cuerpo, sus curvas, sus pechos llenos. Esta vez, me deleité con pequeños mordiscos por cada rincón de su cuerpo, saboreándola, gruñendo de puro placer. Tras matarla, abrí su abultado vientre y me olvidé de todo. Ahí estaba la criatura, formada, aún viva. No puedo describir lo que se siente al beber las primeras gotas de sangre de un no nato.
Era un Vampiro, un Nosferatu. Lleno de satisfacción grité con el niño muerto entre mis brazos, y mi risa retumbó por toda la habitación.