Apretó el paso nervioso por si perdía el búho de todas las noches. A la misma hora, los cinco días de la semana, el N19 salía puntual de su parada. El dolor de la pierna mereció la pena cuando la vio sentada en la marquesina, llegaba a tiempo. Frenó la marcha para disimular la cojera y se colocó en la cola esperando el transporte.
Como siempre, ella ocupó el asiento del pasillo de la tercera fila, y al verle, se levantó con una sonrisa para cederle el que quedaba libre. También aquello se había convertido en una deliciosa costumbre.
Como siempre, ella ocupó el asiento del pasillo de la tercera fila, y al verle, se levantó con una sonrisa para cederle el que quedaba libre. También aquello se había convertido en una deliciosa costumbre.
Esa noche hacía excesivo calor, y se había recogido el pelo en un moño que, tras la jornada de trabajo, había dejado escapar varios rizos rebeldes. Sin pretenderlo, estaba aún más hermosa. Olía a café, dulce y cansancio, pero sus ojos seguían desprendiendo sueños. "¡cómo deseaba estar en ellos!".
Bajaron en la misma parada y se dieron las buenas noches con timidez. Se quedó hasta verla desaparecer y sólo entonces, cogió el búho de vuelta a su casa, justo en la otra punta de Madrid, con el único pensamiento de que pronto llegara la noche siguiente.