No tenía un buen día. Me habían ordenado escribir un relato cómico y llevaba dos horas intentándolo, pero la verdad, es que todo acababa siendo o demasiado profundo, o demasiado siniestro o una mierda. De comedia, nada. Decidí salir de casa e irme a un centro comercial con el ordenador. A lo mejor, observando a la gente, se me ocurría alguna historia graciosa sobre alguien que estuviera por allí haciendo el payaso.
Llevaba casi una hora y estaba a punto de entrar en coma. Aun me quedaba cerveza, tenía el ordenador abierto y llevaba escrito justo lo que os estoy contando. Patético, "¿qué haría un escritor de verdad?" miré el móvil, que es lo que hace todo el mundo cuando se aburre, y vi la aplicación de Badoo “joder, hacía mucho que no la abría” así que no hace falta que explique lo que hice.
Llevaba casi una hora y estaba a punto de entrar en coma. Aun me quedaba cerveza, tenía el ordenador abierto y llevaba escrito justo lo que os estoy contando. Patético, "¿qué haría un escritor de verdad?" miré el móvil, que es lo que hace todo el mundo cuando se aburre, y vi la aplicación de Badoo “joder, hacía mucho que no la abría” así que no hace falta que explique lo que hice.
Mi sorpresa fue, cuando al hacer un reconocimiento de esos que te dicen quién está haciendo la misma estupidez que tú, me sale una coincidencia a menos de cinco metros. Levanté la cabeza e hice conexión visual con el susodicho. Ahí estaba. Un chaval algo menor que yo que también me había interceptado y sonreía de una forma que no supe responder, “seguro que piensa que no tengo otra cosa mejor que hacer”. Estaba enfadada, fastidiada, imaginándome lo que pensaría el palurdo ese, cuando yo, lo único que quería era escribir algo gracioso, y había abierto la maldita aplicación de puñetera casualidad.
El móvil vibró. El mensaje decía: —¡Hola! ¡Que cerca estamos!— y semejante elocuencia estaba acompañada por la foto del miembro más grande que había visto en mi vida. “con dos cojones” pensé girándome hacia el lumbreras, para levantarle sutilmente el dedo de la mano que siempre manda a la mierda. Acababa de recordar por qué dejé de entrar en esas páginas de contactos. Ahora no sólo no tenía inspiración, sino que la imagen del dichoso miembro (voy a llamarlo Pol) se me aparecía llenando la pantalla. Había sido todo un impacto.
Suspiré, bebí un trago de cerveza e intenté centrarme en las personas que paseaban por allí sin saber que Pol existía. A la media hora, supe que había fracasado en mi intento. Apagué el ordenador,pagué y fui al baño antes de coger el coche e irme a casa totalmente frustrada. “así jamás vas a llegar a nada, nena”, me animé a mí misma.
Mientras me lavaba las manos y seguía aplaudiéndome por dentro, el dueño de Pol entró por la puerta.
—Pensaba que no ibas a venir nunca.
—¿Qué cojones estás haciendo? —el tío se acercaba sonriendo. Saqué en claro que no habíamos hecho la misma lectura de lo ocurrido.
Cerré el grifo, cogí un papel y agarré el ordenador a la misma velocidad que él. Ya estaba frente a mí y me cogía por la cintura. Me dio un beso. La verdad es que no lo hacía nada mal.
Yo no soy de hacer locuras de ese tipo, jamás he salido de los patrones establecidos en cuanto a mantener relaciones se refiere, y llevaba un día de mierda. Podía dejarme llevar. Podía hacerlo ¿por qué no?, puede que me hubiera ido hasta allí buscando gente interesante y que la más interesante fuera yo, fíjate tu por dónde.
Le cogí de la mano y entramos en uno de los baños, dejé todo sobre el váter, y sin hablar, continué con el tema. Estaba decidida a que mejorara mi día. El chico ya no tenía nada por arriba y estaba bastante bueno, la verdad. Sin freno ninguno se quitó el cinturón y se bajó los pantalones, enseguida, fui en busca de Pol.
—¡Coño! —susurré— ¿también se ponen fotos falsas sobre la picha? —estaba totalmente alucinada. Como si esperaras que te regalasen un San Bernardo y de golpe te encuentras con un pequeño y juguetón caniche.
—¿Qué?
—¡No es la de la foto! —Pol se había convertido en Laurita.
—¡Vete a la mierda! —empujándome se subió los pantalones y salió del servicio.
—¡No, oye! ¡Ha sido la sorpresa! también me gustan pequeñas joder, pero vas por ahí mandando… —hice un gesto con las manos, como si sujetara algo enorme. El pobre chico tenía la cara encendida, aunque mi intención no era avergonzarle, obviamente lo estaba haciendo. Tenía que dejar de ser tan sincera—. Es que yo esperaba lo de la foto, hombre ¡tampoco es culpa mía!
Y se fue.
Allí me quedé, con el gesto torcido. Me había faltado poco para ser ser la persona más interesante del centro comercial.
El móvil vibró. El mensaje decía: —¡Hola! ¡Que cerca estamos!— y semejante elocuencia estaba acompañada por la foto del miembro más grande que había visto en mi vida. “con dos cojones” pensé girándome hacia el lumbreras, para levantarle sutilmente el dedo de la mano que siempre manda a la mierda. Acababa de recordar por qué dejé de entrar en esas páginas de contactos. Ahora no sólo no tenía inspiración, sino que la imagen del dichoso miembro (voy a llamarlo Pol) se me aparecía llenando la pantalla. Había sido todo un impacto.
Suspiré, bebí un trago de cerveza e intenté centrarme en las personas que paseaban por allí sin saber que Pol existía. A la media hora, supe que había fracasado en mi intento. Apagué el ordenador,pagué y fui al baño antes de coger el coche e irme a casa totalmente frustrada. “así jamás vas a llegar a nada, nena”, me animé a mí misma.
Mientras me lavaba las manos y seguía aplaudiéndome por dentro, el dueño de Pol entró por la puerta.
—Pensaba que no ibas a venir nunca.
—¿Qué cojones estás haciendo? —el tío se acercaba sonriendo. Saqué en claro que no habíamos hecho la misma lectura de lo ocurrido.
Cerré el grifo, cogí un papel y agarré el ordenador a la misma velocidad que él. Ya estaba frente a mí y me cogía por la cintura. Me dio un beso. La verdad es que no lo hacía nada mal.
Yo no soy de hacer locuras de ese tipo, jamás he salido de los patrones establecidos en cuanto a mantener relaciones se refiere, y llevaba un día de mierda. Podía dejarme llevar. Podía hacerlo ¿por qué no?, puede que me hubiera ido hasta allí buscando gente interesante y que la más interesante fuera yo, fíjate tu por dónde.
Le cogí de la mano y entramos en uno de los baños, dejé todo sobre el váter, y sin hablar, continué con el tema. Estaba decidida a que mejorara mi día. El chico ya no tenía nada por arriba y estaba bastante bueno, la verdad. Sin freno ninguno se quitó el cinturón y se bajó los pantalones, enseguida, fui en busca de Pol.
—¡Coño! —susurré— ¿también se ponen fotos falsas sobre la picha? —estaba totalmente alucinada. Como si esperaras que te regalasen un San Bernardo y de golpe te encuentras con un pequeño y juguetón caniche.
—¿Qué?
—¡No es la de la foto! —Pol se había convertido en Laurita.
—¡Vete a la mierda! —empujándome se subió los pantalones y salió del servicio.
—¡No, oye! ¡Ha sido la sorpresa! también me gustan pequeñas joder, pero vas por ahí mandando… —hice un gesto con las manos, como si sujetara algo enorme. El pobre chico tenía la cara encendida, aunque mi intención no era avergonzarle, obviamente lo estaba haciendo. Tenía que dejar de ser tan sincera—. Es que yo esperaba lo de la foto, hombre ¡tampoco es culpa mía!
Y se fue.
Allí me quedé, con el gesto torcido. Me había faltado poco para ser ser la persona más interesante del centro comercial.