Jamás hubiera pensado que un día sería yo quien anduviese por la calle en busca de una nueva oportunidad, esperando que la próxima persona a la que me dirigiera, tuviera el detalle de escucharme.
Nunca pensé que junto a mí caminaran la tristeza y la desesperación. Siempre sobre mis espaldas. Cargando con ellas de forma que en algunos momentos me obligaran a parar y tomar aire. Aire que me recordaba las razones que tenía para seguir adelante..
En las noticias y los periódicos siempre se hablaba de la mala situación del país, el aumento del paro, el hambre infantil, la falta de recursos, la necesidad de comedores sociales... “¡que alarmismo!”, era lo máximo que dedicaba mi mente a la realidad de lo que ocurría.
Había dedicado mi vida al trabajo y a mis dos hijos. Con cuarenta y seis años y recién divorciada, hacía muy poco que había conseguido un ascenso a "Jefe de departamento". Había trabajado duro para ello, me había dejado la salud, sacado el tiempo de donde no existía y desatendido cosas imperdonables, por lo que en aquel momento, creía que era “la gran oportunidad de mi vida”.
Acabé convirtiéndome en una de esas ridículas personas que enseguida levantan con gusto la cabeza ante la mirada de los demás. Había entrado en la dinámica de autodestrucción que sólo tenemos los humanos. Había dejado de verme imperfecta.
Los días son ahora demasiado largos, y las noches, de tanto desear que terminen, se ríen de mí haciendo todo lo contrario. He vuelto a recordar palabras como vergüenza, por no atreverme a decir la verdad a mis padres, cuando necesité de ellos, solo por mi maldito orgullo.
Impotencia, tan fuerte y desgarradora que consigue que seas capaz de hacer cualquier cosa. La sentí el día que perdí a mis hijos "dada la difícil situación....
Tristeza, o más bien debería decir infinita tristeza. Tal es el sentimiento, que cuando llegó por primera vez, me costó reconocerlo. La presión del pecho, el aumento de los latidos del corazón y la quemazón de la garganta, se transforman en llanto en el mejor de los casos. Porque cuando se queda y ya no puede salir de ti, su sensación prolongada lleva consigo a la desesperanza. Y entonces puede que los pedacitos en los que te rompes por dentro, jamás puedan ser unidos de nuevo. Quizá nunca puedas curarte del todo si no los encuentras.
Una inmaculada carta con mi nombre me recibió con la noticia de amortizar mi puesto de trabajo, entre todos asumirían mis funciones. Podía marcharme ese mismo día. Nadie se tomó la molestia de hablar conmigo. Solo cuatro palabras escritas.
Todo se pierde mucho más rápido de lo que se gana. Al igual que las cosas importantes, se valoran más cuando no las tienes. Los créditos, las letras, los gastos, se anudaron a mi cuello y apretaron con fuerza. El trabajo que pensé que encontraría con facilidad, no llegó. Y antes de lo que pude imaginar, me quedé sin nada.
Sin embargo, también hay gente especial en mundo. Encontré en el camino a personas que hicieron algo que sólo valoramos cuando nos toca de cerca. Se pararon ante el trapo que era y me dedicaron su tiempo, me dieron comida, y su compañía… volvieron a hacer de ese guiñapo un ser humano, recordándome lo verdaderamente importante.
Y Lo consiguieron a base de repetir una única frase: “mírame a los ojos”. Algo que ya nunca olvidaré.